Lunes Maldito
¡Ay! con lo bien que me lo estaba pasando yo este finde... (y curiosidades planetarias varias)

jueves, mayo 03, 2007

[Batallitas] El gato de la mujer del Presidente


La siguiente batallita no me sucedió a mi, sino a Jon Ander, el marido de mi prima. He decidido contarla aquí porque es de las mejores anécdotas que he oído y me complace compartirla con el beneplácito del ya mencionado Jon.

Para el puente de mayo decidí visitar a mis familiares vascos. Así que nos pasamos tres días comiendo y bebiendo, actividad muy popular y extendida por aquellas tierras.

Un día, en habiendo disfrutado de un cordero lechal asado en un caserío-asador de cuyo nombre no consigo acordarme, con mis primos, mi compi, mi hermana pequeña, un par de churumbeles hiperactivos y un niño psicópata (eso es otra historia), Jon se puso a contar batallitas sobre su trabajo.

Para situar al personal, mi primo político es dueño y gestor de un empresa de transporte, y anécdotas tiene como para parar un tren.

Como andábamos todos de lo más chisposo (el tinto es lo que tiene) quizá nos resultó más graciosa de lo que realmente es, pero no por ello voy a dejar de intentar transcribirla. Al menos pasáis un rato entretenido. Me permito mis licencias narrativas, por supuesto.

- Jodé Óscar –iba contanto Jon-, pues historias para contar tengo como para parar un tren de mercancías -¿veis? lo que yo os decía-. Una buena me pasó con la mujer del presidente de AGFA, de nuestros mejores clientes, un tío majo, majo. Nos facturan un pastón. La línea de transporte era desde Alemania a Barcelona y tal. Con estos como un clavo has de ir, ¿sabes? Pues nada, que un día me llama el presidente y me dice que envían desde Alemania en el próximo envío al gato de su mujer, que esté al tanto y que si le podíamos hacer el favor de ir a llevárselo a su señora. Que yo ni puta idea de porque la mujer estaba en Barcelona y su gato en Alemania ni tampoco le iba a preguntar, ¿no? jodé, que hagan con el gato lo que quieran, oyes. Y yo le digo que sí, sí, que tranquilo, que yo personalmente se lo llevo a su señora en cuanto llegue y que no se preocupe de nada. Pues venga, adiós adiós ya esperar al puto gato, que no tengo nada mejor que hacer con el lío que llevábamos que ir de chico de los recaditos. Pero qué se le va a hacer, ¿no Óscar? no jodamos, que a los clientes los mimas, coño, los mimas, y más con la pasta que nos facturan estos, ostias.

Pues bueno, el caso es que cuando llegan los camiones viene Patxi al despacho con la cesta del gato y me lo veo serio, serio. “Jon, tío” me dice “me parece que tenemos un problema, mira esto”. Abre la cesta y el gato muerto. “¡No jodas! Me cago en la puta hostia, Patxi, ¿pero qué cojones ha pasado” Yo blanco. Acojonado, chaval. Pero mira.... el gato tieso como un palo. Ahí va la ostia, tío ¿cómo le llevo yo a la mujer del presidente su gato muerto? Y me dice Patxi “Jon, ¿y ahora qué hacemos?” “¡Pero cómo que ahora qué hacemos! Coge ahora mismo y patéate Barcelona hasta que me encuentres a un gato igual, igual, pero igual de cojones, ostias. ¡Pero a la de ya!” El gato era un siamés, menos mal chaval, imagínate que nos toca uno de esos putos gatos peludos de concurso que deben costar un riñón, que tengo que vender media empresa para quedar bien con el presidente de los cojones por el puto gato.

Por suerte a media mañana aparece Patxi con un siamés igual, pero igual igual. Ni un pelo de los bigotes diferente, tío. Yo ya algo más tranquilo pero con la mosca tras la oreja de que esta tía se lo va a oler, ¿sabes? Y le digo “Patxi, tu te vienes conmigo, venga” “¿Y qué hacemos con el otro gato?” “Dile a uno de los de abajo que lo tiren a la basura y tu y yo vamos ya, que cuanto antes terminemos con esto, mejor.”

Pues ya nos ves, con la cesta del gato de la mujer del presidente y el gato falso dentro, Barcelona arriba y abajo hasta que encontramos la casa. Llegamos y a mi me temblaban hasta los dedos de los pies. “Esta se da cuenta, fijo” me dice Patxi “Calla, ostias. Se lo damos y nos largamos cagando leches”. Nos abre una asistenta y tal, entramos para adentro y dejamos al gato en el salón “que ahora baja la señora” “Vale, vale”. Aparece la mujer, la saludamos supercorrectamente, con una sonrisa de oreja a oreja como si nunca hubiésemos matado a su gato.... y en estas que el gato suelta dos miaus y ella que se queda parada un momento, yo sudando hasta por las orejas... y se echa a reír. Patxi y yo tiesos como estatuas, chaval, ni pestañear ¿y a esta qué le pasa? “Que lo habíamos enviado para enterrar aquí” nos suelta la señora, y sigue riendo. Miraaaa... que yo no sabía dónde meterme. “¿Dónde está mi Fufi?” Y ya nos ves corriendo a rebuscar en los contenedores de basura a ver si encontrábamos al gato de verdad. Un cristo.

Jodé, y suerte que lo encontramos, que si no nos tenemos que cargar al otro gato, vamos que no.

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