Lunes Maldito
¡Ay! con lo bien que me lo estaba pasando yo este finde... (y curiosidades planetarias varias)

miércoles, febrero 14, 2007

[Batallitas] El Día del Fracaso

Lo que viene a continuación ha sido rescatado de viejos disquets 3 y 1/4 e importado de su formato WordPerfect 5.1 (osea, que es viejo de cojones).
Los nombres que aparecen en el siguiente relato no han sido cambiados para que todo el mundo sepa de quienes se trataba. A pesar de una rápida revisión, tanto el contenido como el estilo se ha mantenido fiel al original. No me hago responsable pues del estilo recargado y extraño con el que se narra tan olvidable día.

Antecedentes al Día del Fracaso: tanto Edu como yo habíamos sido estudiantes modelo, sacando nueves y dieces sin demasiado esfuerzo durante el instituto. Ha transcurrido nuestro primer año de carrera.


10/07/1991

Amaneció un caluroso miércoles de julio mientras yacía secuestrado por la sábana en una postura poco ortodoxa. No recuerdo muy bien cómo, pero me desperté y conseguí levantarme tras un doloroso ritual de "vuelta a su sitio" de mis cálcicos huesos y atrofiadas articulaciones.

Sigo sin recordar cómo (el tiro en la sien me rebanó parte de la zona de memoria) pero troté ágilmente hasta el entrañable hogar de los Ribas, donde su primogénito me esperaba calculadora en mano (mi calculadora). Tras acomodar a aquel ENIAC protohistórico en mi bolsillo derecho del bañador bermuda dirigimos nuestros entusiastas pasos hacia la boca del metro, haciendo las típicas suposiciones sobre los resultados de los exámenes que íbamos a consultar.

- He soñado que suspendía física con un dos setenta y tres -dije, y me di cuenta de que era imposible viajar en metro, ya que en realidad estábamos caminando hacia el Corte Inglés.

- Yo he soñado que aprobaba las dos -expuso con entusiasmo y esperanza aquel corderillo inocente.

- Yo dibujo no -comenté‚ cabizbajo recordando el maratoniano examen- No tengo suficiente material como para puntuar un aprobado. Joputa.

El adjetivo calificativo iba dirigido al creador del desgraciado examen. Dos horas y media para solucionar unos problemas que sólo con ayuda de poderosas fuerzas del más allá y una semana de tiempo se podían resolver.

Pasamos por delante del Cubo Inglés y seguimos por la Diagonal, dejando tras nuestro un reguero de sudor humano, diseñado, elaborado, destilado, perfumado y expulsado por nuestro organismo ya deshidratado, expuesto a una temperatura ambiente de unos treinta y siete grados a la sombra.

La conversación se desvió hacia temas triviales, como siempre, tratando de disimular el nerviosismo implícito en este tipo de actos. Ir a contemplar los resultados de unos exámenes capullos era siempre un estímulo para nuestro estómago.

Llegados a recepción de Telecos, descubrimos a un grupo de conocidos bípedos antropomorfos de base de vida carbónica comentando alegres los sinsabores de la vida. La tertulia tenía lugar enfrente del matadero, las listas de física estaban allí.

Esperándonos.

Seduciéndonos.

Llamándonos por nuestros nombres.

Pero nosotros, como hombres duros que somos, las ignoramos y escalamos de dos en dos las escaleras hasta el segundo nivel, hasta el pasillo de las almas perdidas, a lo fácil; dibujo. Con una sonrisa en los labios nos enfrentamos a nuestra primera bofetada.

Habíamos suspendido Autocad con un 2.73 ambos. Con la sonrisa petrificada miré a Edu Ribas que no terminaba de creérselo.

- Hemos cateado -canturreé como un cabrón. Ya me lo esperaba, pero un 2.73...

Con la moral un poco descuidada planeamos hasta el matadero saludando con un “eh” un ligero levantamiento de cabeza (famoso saludo en el mundillo escolar) a los tertulianos compañeros de fatigas de clase. La lista de física estaba desierta, y sus hojas se agitaban en los revoltosos brazos del viento, que silbaba de una manera terrorífica, como anunciando un gran desastre.

Con disimulado nerviosismo comenzamos a pasar hojas hasta llegar a la lista de nuestra clase, y entonces pasaron varias cosas a la vez.

Con mi ágil mirada de lince localicé mi nota: un 4. Rápidamente busqué la de Edu: un 3. Él hizo un comentario quejándose de lo mal organizada y ordenada que estaba la lista. Yo estallé con una carcajada de amarga frustración y un "te he ganado" tratando de quitarle importancia a un hecho que sinceramente me tocaba los cojones de una manera especial: con fuerza, con mucha fuerza. Y en medio de todo esto alguien metió sus narizotas en la lista hasta tal punto de quedarle la tinta recién impresa tatuada en su carota de dinosaurio tísico.

Edu contempló algo turbado las notas y me miró con la vista perdida en algún lugar muy lejano. Sus ojos vidriosos no mostraban ningún tipo de sentimiento, y temí que el golpe hubiera sido demasiado doloroso.

- Va, vámonos -dije secamente.

Salimos al hermoso vergel, fuente de inspiración para las Telecogrescas y nos sentamos en un tronco, a la orilla del cristalino lago, rodeado de flores multicolores y hermosos arbustos mediterráneos.

- Es así como me imaginaba el lago de "Posesión", ya te lo dejaré.

El comentario había surgido como algo natural, espontáneo, bloqueando en mi mente las terribles noticias.

No recuerdo de qué demonios hablamos. Al poco rato apareció una peluca negra ébano con un cuerpo conocido como Guilli bajo ella. Seguimos charlando de chorradas hasta que Edu pareció salir de su trance.

- Vamos.

El tono con el que pronunció tan imperativa frase hizo venir a mi memoria retazos de imágenes de Hitler, Gengis Kan, Atila, torturas inquisidoras y sacrificios humanos, así que no discutí y fui tras él cual perrillo fiel.

¿Qué iba a ser ahora de nuestras vidas? Dos fracasados, inútiles despojos de una sociedad elitista. El verano se presentaba lleno de problemas. Problemas de campos magnéticos y límites en mundos imaginarios, a no ser que pusiéramos fin a aquello con un poco de cicuta o un hatillo.

Camino del hogar, cansados, abatidos y con las camisetas empapadas de sudor, decidimos poner en práctica nuestra sociabilidad y nuestras grandes dotes de personas civilizadas y socialmente educadas huyendo por piernas de un pequeño destacamento de queridos compañeros de clase. Huimos por el metro y les dimos esquinazo en el otro lado de la Diagonal. Después, con nuestras dotes innatas de aventureros, nos perdimos en el Corte Inglés (aunque parezca increíble, con Edu pasan estas cosas), e hicimos bromas sobre nuestro futuro, realmente incierto.

Quedamos en ir por la tarde al cine, aprovechando como buenos catalanes el día del espectador.

Después de comer decidí poner fin a mi impaciencia haciendo un molde de una cara humana con Marmolita adquirida en la farmacia de la esquina. Se me había metido en la cabeza días antes hacerme una máscara, ya ves. Mi hermana se había marchado, y sólo quedábamos la gata y yo, así que como buen científico gilipollas me hice la máscara a mi mismo, ignorando las torturas que tendría que soportar.

La primera parte fue bien, gasté champú, suavizante y medio frasco de espuma fijadora para tratar de dominar mi selva capilar, pero no resultó. Luego malgasté siete metros cuadrados de plástico transparente pegadizo para protegerme el cabello de la escayola. Muy mono.

Entonces dio comienzo el chou. Trocitos de Marmolita, previamente recortados, iban siendo empapados en agua caliente y fijados con gran destreza en mi cara de sapo. Los problemas comenzaron cuando la Marmolita cortada se terminó, y manteniendo la cara en alto, cual mayordomo insolente, tuve que ir cortando trozos a medida que me los pegaba en la geta. La velocidad de los actos, para evitar que la escayola empezara a secarse, provocaron una ducha indiscriminada de yeso por el cuarto de baño. Pero de eso no me di cuenta hasta más tarde, cuando casi no podía verme en el espejo a causa de la gruesa capa de escayola que lo cubría.

Los incidentes se siguieron sin tregua: las tijeras dejaron de cortar atascadas por el yeso, y en una búsqueda desesperada por la mansión, siempre con la cara en alto interesado en las grietas del techo, me apoderé de un potente cúter anaranjado con el que comencé a cortar la venda enyesada. Era de esperar que me volase el dedo corazón de la mano izquierda con las prisas, y que en ese mismo momento, agua escayolada penetrase furiosamente en mi ojo derecho. Hubo un momento de confusión y desconcierto: mi dedo sangraba como un cerdo en su San Martín, y mi ojo había quedado reducido a un pedazo de carne rojiza contraída con fuerza. Mis manos pringosas trataron de seguir trabajando antes de que se secara el yeso de mi cara, pero en algunos sitios ya era demasiado tarde. Luego caí horrorizado en el hecho de que no me había afeitado. ¿Se quedarían los pelos pegados en el yeso? Para el bigote y pelillos bajo el labio inferior había sido demasiado tarde, sepultados bajo un grueso manto de duro yeso esperaban el momento se la extracción de la máscara, que por aquel entonces veía yo muy lejano en el tiempo.

Más vale prevenir, me dije, y con la primera cuchilla que pillé comencé la sangría de la poca barba de tres días que quedaba todavía sin cubrir. No sé qué tipo de animal había sido trasquilado anteriormente con aquello, ¿las piernas de mis hermanas? ¿un jabalí quizá? Aquello ya no era una cuchilla, era un rallador de queso.

Yo sangraba ya por todas partes, y antes de que mi ojo recuperase su hueco ocular sonó el teléfono. Me detuve pensativo, lo único que podía articular era un gutural gemido o balbuceo. Al otro lado del teléfono podrían pensar que era víctima de alguna fiebre ecuatorial, así que ignoré las insistentes llamadas tratando de concentrarme en no desfallecer.

Continué con presteza pegándome Marmolita por la cara rayada.

Por fin, tras no pocos sufrimientos e ignoradas de teléfono la cosa terminó. Esperé unos minutos a que se secara todo bien y eché un vistazo al derredor contemplando mi obra. Aquello le habría puesto los pelos de punta a cualquier ama de su hogar. El yeso caía en chorretones por las paredes y el espejo. Todo estaba lleno de yeso. Blanquito él. La pica y el suelo se habían llevado la peor parte. Además, el blanco del yeso hacía destacar los chorretones de sangre.

Yo no estaba mejor. Parecía un no-muerto vuelto a la vida mediante magia negra, y con aquella máscara terrorífica y amorfa cubriendo mi carita me recordé a un simpático colega del cine que asesinaba jovencitas el día de Halloween. Efectué un par de paridas frente al asqueroso espejo imitando al asesino y con un gesto violento golpeé sin querer las enormes y puntiagudas tijeras que habían dejado de funcionar a causa del yeso, haciéndolas caer a gran velocidad al suelo. Creo que mi ángel de la guarda (llámale espíritu benefactor, llámale energía salvadora, pero algo hubo) evitó que me atravesasen brutalmente el pie derecho, haciéndolas girar el aire, y todo quedó en un cloc sordo sobre el empeine que me obligó a emitir un chillido de dolor acompañado de un par de lagrimones.

Entonces comenzó lo peor.

Efectué unas gesticulaciones faciales para despegar el yeso, y todo parecía ir sobre ruedas hasta que un doloroso tirón bajo el labio inferior me indicó que algo no andaba bien. Agarré la máscara con las manos y tiré. Sólo conseguí algunos pelos de la barba arrancados de raíz (¿saben lo que eso significa? ¿lo saben?).

Más lagrimones.

Sonó el teléfono.

Podía hablar, así que lo intenté.

- Shiii? -dije.

- ¿Qué te pasa?, llevo toda la tarde llamando. Ya me tenías preocupado.

Edu recibió como respuesta un grito de dolor y una carcajada de tristeza.

- Ahhhhh, no me hagash reer. Tengo los pelosh del begote pegadosh al yesho de la máshcara.

El trató de darme apoyo.

- Imbécil, imbécil, más que imbécil. Sólo a un imbécil como tú se le ocurre hacer semejante estupidez­. ¡Imbécil!

­ Cabroooón!, no me hagash reer -supliqué con un triste llanto de dolor.

- Te llamo por lo del cine. ¿Vamos a ir?

- Eshpera que me quite eshto y te llamo, ¿vale?

- Vale, pero date prisa.

Regresé a la escena del crimen con temor. ¿Qué hacer? Los pelos se negaban a despegarse, y yo no tenía tiempo para elaborados planes de salvación vellosa. Me apoderé de las tijeritas de la manicura y con gran dominio de mis terminales nerviosas comencé lo que resultó más largo y doloroso. Bajo la pálida creación de escayola fui poniendo fin a la unión entre mi cara y la máscara, cortando los duros y arraigados pelillos que las mantenían unidas. Trabajé a ciegas, sólo guiado por mi fino tacto y un hiperdesarrollado sentido de autoconservación. También habían quedado prisioneros los pelos de mi patilla derecha, joe.

Y de repente todo terminó. La máscara salió sola, y yo la sostuve en mis manos con sonrisa de triunfador. Me miré al espejo. Vi una cara demacrada, con restos de yeso mezclado con sangre y pelillos por todas partes. Noté como un aire frío sobre mi patilla derecha. Giré la cabeza para contemplar un trozo de cuero cabelludo al descubierto, y suspiré aceptando mi negligencia profesional.

Acto seguido llamé a Edu.

- Ya soy libre -exclamé con entusiasmo.

- Vale. ¿Ya nos dar tiempo de llegar?

Miré el reloj: las cuatro y veinte. A las ocho tenía un importante enfrentamiento en la cancha de básquet de mi añorado colegio. Cual onda de sonido fui en busca del periódico del domingo y busqué la sección de espectáculos. La elección del filme a videar fue inmediata.

- Robin Hood, el príncipe de los ladrones.

- Vale.

- Comienza a las cinco en el Niza.

- ¿Cómo vamos?

Vaya pregunta más estúpida, ahora ponerme a pensar. Sabía que algún autobús llegaba, pero no recordaba si el 43 o el 15 o yo qué sé. Me teletransporté de nuevo a la sala y busqué desesperado un mapa de autobuses, y al no sacar nada en claro de aquella maraña de rayotes de color, busqué en mi base de datos alguna solución alternativa.

- Podemos ir en metro. La parada es la de la Sagrada Familia.

- Vale, en metro.

- Oye ven tú para aquí y así me ducho y arreglo un poco el campo de batalla. Cogeremos el metro en la Plaza del Centro.

- Vale.

Filmado con una cámara de alta velocidad se podía haber apreciado la milagrosa transformación que un servidor hizo de aquella pocilga conocida como cuarto de baño. La ducha fue rápida, vestirme con las rebajas de Zara más aún.

Bien afeitado y lavado, con mis bermudas estilo Giggins y una camiseta "FOR SAIL" negra salté a la calle. Para variar él llegó tarde y nos precipitamos hacia el metro, donde adquirí de manos de un encantador empleado de metro una tarjeta T1, válida para cualquier tipo de transporte urbano. No pasó nada digno de mención hasta que llegamos al cine (bueno, nos equivocamos de salida y tuvimos que rehacer en camino bajo tierra, con Edu esto ya pasa).

La película ya había empezado. La acción se situaba en una lóbrega cárcel de Bagdad, y encontrar sitio con tan poca luz era una misión con pocas probabilidades de éxito. Rondamos de aquí para allá, contemplando con alguna generosa antorcha del celuloide la sala repleta hasta la bandera, y regresamos a la entrada, donde seguimos la peli con esperanzas de que Robin saliese de la cárcel a la luz del día. Salió, pero a la luz de una minúscula media luna sarracena.

Milagrosamente apareció tras nuestro un bombillas (así denominado el ser humano encargado de guiar en la más absoluta oscuridad a los indecisos espectadores hasta un sitio seguro).

- ¿Dos?

- Sí, dos.

Comenzamos a caminar guiados por una lucecilla juguetona en el enmoquetado suelo.

- ¿Aquí va bien?

Estábamos en la tercera fila empezando por el final.

- ¿Un poco más a delante? -sugerimos tímidamente.

- Bien, sigan recto.

Y el muy traidor nos abandonó en medio de las tinieblas para ir al rescate de dos jóvenes señoritas, cuyas seductoras curvas se recortaban en la entrada de la sala.

“Qué cabrón” fue el comentario más votado.

Así que allí estábamos de nuevo, perdidos en la negrura.

- Aquí hay un sitio -comentó Edu, y se sentó en el único asiento libre que había, dejándome clavado en medio del pasillo como una señal de tráfico.

- Ah, vale, ¿y yo qué?

Él parecía ignorarme.

- ¡Nene!

Tras unos momentos de indecisión hicimos un pacto con un hombre y pudimos sentarnos finalmente para seguir el filme. La peli (americana hasta la médula) nos hizo olvidar durante dos horas las penas.

Me gustó.

Al volver al horno en que se había convertido Barcelona, nos apresuramos en regresar al “home sweet home”. Perdidos en el tiempo, ignorantes de los escasos minutos restantes para que diera inicio el partido, fuimos conducidos por las transitadas calles de la ciudad por un 54. En él, me di cuenta de que los niños son pozos sin fondo de ansiedad de conocimientos.

- ¿Pueden volar las palomas sin mover las alas?

La inocente pregunta de aquel bebito de ojos azules dio pie a un profundo coloquio sobre la educación de los hijos, seguido muy de cerca por los vecinos pasajeros. Durante la ajetreada conversación, una pobre anciana medio inválida fue víctima de la primera ley de Newton (Niutong para los amigos) empotrando su curvado y frágil cuerpecillo contra los asientos posteriores del bus al arrancar bruscamente éste. Con gran dominio, Edu me miró y comentó preocupado el posible daño de la anciana, por la que se le veía muy afectado.

Mis ojos revolotearon cual mariposilla juguetona por las muñecas de los pasajeros tratando de ver la hora con claridad y saciar así mi sed de curiosidad.

- Ostia tío, las ocho menos diez. A las ocho empieza el partido.

Ya me tenéis de nuevo preocupado. Calculando con mente científica las posibilidades de que mi desastroso equipo ganase sin mi.

“Ninguna. Yo soy imprescindible”, me dije convencido.

En cuanto el transporte público abrió sus puertas centrales, salí disparado de mi posición de "uno listo", y aceleré hasta conseguir una velocidad de crucero aceptable.

El tiempo apremiaba.

Llegué al portal y apareció mi madre, salida del ascensor.

- Leti ha llamado que están perdiendo -me dijo casi enfadada.

- Ya sé, ya voy -jadeé.

Una vez dentro de aquella caja de velocidad nula dio comienzo lo que se convertiría en el strip-tease más desesperado de la comunidad de vecinos, sin precedentes en la historia de los Sánchez (que yo sepa).

Con la camiseta en la mano, bambas ya desatadas, pantalones desabrochados, rostro sudoroso y enrojecido por la carrera y jadeante como un perro, las puertas se abrieron y aparecí ante una mujer desconocida, de unos cincuenta años, que esperaba pacientemente el ascensor en mi piso. Por un instante no supe que decir.

- Hola -sonreí. Pensé darle algún tipo de explicación, pero los bermudas se me estaban cayendo y no había tiempo. Salté fuera de la cabina y entré en mi casa como alma que lleva el diablo.

Ocho segundos y algunas décimas después ya estaba galopando escaleras abajo. Y seguí trotando hasta llegar al cole.

Todos estaban tranquilamente tirados por el suelo, comentando la jugada, charlando de la vida y sonriendo con una paz y una calma que me dieron ganas de vomitar (¿o sería la extenuación de la carrera?)

­ ¿Quién había dicho que ya habían empezado?

Con un rápido vistazo de asesino profesional localicé a mi hermana. Sentada en una mesa de ping-pong y charlando con uno de los seres más misteriosos de la humanidad, un raro espécimen de la casta Guberna apodado Manel.

Ella me saludó con alegría. Yo le correspondí con un "imbécil" y fui a beber agua, todavía jadeante y sudoroso.

Tras comentar mi saludo dio comienzo el match.

Únicamente comentar que aquel partido era algo más que un partido. Se había convertido en un desahogo de mi frustración, en algo que podría subirme los ánimos, y desenterrarme de aquel sentimiento de inutilidad. Algo que podría devolverme las ganas de vivir de nuevo, de sentir, de respirar.

El resultado fue humillante.

Todavía hoy me pongo rojo de ira y se me inflan los globos oculares hasta el punto de estallar cuando recuerdo las injusticias del acontecimiento, así que no las escribiré, sólo supondrían un párrafo inútil en medio de esta cantidad de tonterías que estoy contando.

Si no me dolió suficiente perder la última esperanza en forma de partido; un codo colisionó brutalmente contra mi ojo derecho, dejando un morado estilo Rocky V y un incisivo partido en dos; un puñetazo arrancó una mueca de dolor de mi rostro al impactar a gran velocidad contra mi pelvis; mi tobillo derecho se torció graciosamente en un contraataque espectacular, y rodé unas cuantas veces por el suelo, limpiando la puta mierda de porquería que tenía el asqueroso trozo de cemento que sarcásticamente servía de terreno de juego.

En fin, un fracaso de día.

4 Comentarios:

  • Del 91 al 2007 han pasado 16 años, tío! Hemos aprobado esa carrera, la hemos olvidado, han pasado mujeres, trabajos, matrimonios,...

    Esa fue la primera hostia de muchas! Me alegro de que puedas ser mi memoria. A ver si escribes más.

    By Anonymous Anónimo, at 6:57 p. m.  

  • ¡Y lo que nos queda!
    Seguiré rebuscando en los floppy a ver qué más rescato.
    (no me acordaba de Guillermo, joe)

    By Blogger UsukaruSan, at 9:44 a. m.  

  • joder chaval! Cómo para meterse a político. De vez en cuando visito tu blog y me parto la caja de risa. Eres el M80 de los blogs, sacando los grandes éxitos poco a poco. Todavía me acuerdo del blog de tu cita a ciegas... Fue buenísimo.

    Fdo: Pepe

    By Anonymous Anónimo, at 12:19 p. m.  

  • Jajajaja Dios!! Con un día así uno se podría suicidar después de leer esto jajajaja…muy bueno! Me mate de risa…que feo q la gente se ría con las desgracias de uno, no? Jajajaa..besos!!

    By Blogger Luly_20, at 3:51 a. m.  

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